Mi novela "La partitura incompleta" / Fragmento del capítulo 12 "Basícila Don Bosco"
- Carlos Li

- 18 jun 2020
- 2 Min. de lectura
En el interior todo estaba oscuro. La única iluminación provenía de tres vidrieras ubicadas sobre la zona del altar. No entendía por qué la casa de Dios tenía que tener siempre aquel aspecto tenebroso. Caminé adentrándome en la iglesia y me detuve al costado de la pila de agua bendita. Metí dos dedos y me persigné haciendo la genuflexión. Me levanté con la mirada fija en el Sagrario y caminé hasta entrar a la nave central. Lo primero que advertí fue un enorme chandelier circular que sostenía pequeñas velas blancas; ninguna encendida. El desmedido adorno colgaba desde el techo y caía tan bajo hasta casi rozarme la cabeza.
La iglesia no estaba vacía, pero se sentía como si lo estuviera. El silencio allí dentro era tétrico. Conté cinco personas de un lado y cuatro del otro. Casi todos estaban arrodillados y con las manos juntas. Avancé despacito, tratando de hacer el menor ruido posible, pero el rechinar de mis zapatos me delató, y todos voltearon a mirarme al unísono. Tras pasar el incómodo momento, seguí caminando hasta llegar a las bancas del frente. Me senté en la primera banca a mi mano derecha.
Estuve algunos segundos pensando en cómo debía comenzar a rezar, en qué se suponía que debía decir. ¿Sería suficiente con un Padre Nuestro y un Ave María? ¿O existiría quizá alguna plegaria especial?
—Sólo di lo que sientes —dijo una voz que procedía de muy cerca.
Miré hacia atrás, pero no vi que nadie se inmutara. Parecía que sólo yo había escuchado aquellas palabras.
Al mirar a mi derecha, me di cuenta que había una persona sentada del otro extremo de la banca. «Qué raro —pensé—. No vi a nadie allí sentado cuando llegué».
Vi que el hombre se guardó un objeto dorado en el bolsillo y, deslizándose sobre la banca como flotando, se me acercó hasta quedar justo a mi costado.
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